La idea de utilizar instituciones nacionales para trabajar a escala internacional se remonta a los tiempos de la Sociedad de las Naciones, cuando por primera vez se designaron laboratorios nacionales como centros de referencia para la normalización de productos biológicos. Apenas creada, la OMS nombró más centros de referencia, empezando, en 1947, por el Centro Mundial de la Gripe de Londres, al que encomendó labores de vigilancia epidemiológica mundial.
Ya en 1949, la segunda Asamblea Mundial de la Salud fijó el principio (que se viene aplicando ininterrumpidamente desde entonces) de que la Organización "no se ocupará (...) de establecer bajo sus auspicios instituciones internacionales de investigación", entendiendo que "el mejor medio de fomentar la investigación en el campo de la salud consiste en ayudar a las instituciones existentes, coordinar sus trabajos y utilizar los resultados de los mismos".
Todos los centros colaboradores de la OMS, se dediquen o no a la investigación (la mayoría lo hacen), han sido designados atendiendo a ese principio, lo que indudablemente ha favorecido la participación de los países en las actividades de la Organización. Existe, sin embargo, una excepción: en la Región de las Américas de la OMS se han establecido varios centros sanitarios internacionales, con funciones de alcance regional (continental) en algunos casos y subregional en otros, financiados y administrados por la Organización Panamericana de la Salud, que es la organización regional de la OMS para las Américas.