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Albert Sáez

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Director de EL PERIÓDICO

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Illa y el valor de la perseverancia

El candidato del PSC, Salvador Illa, durante la celebración del resultado electoral el domingo

El candidato del PSC, Salvador Illa, durante la celebración del resultado electoral el domingo / MANU MITRU

Cuentan los más viejos del lugar que en el lejano año 2003, en las primeras elecciones sin Pujol, los hermanos Maragall abandonaron la histórica sede de los socialistas en la calle Nicaragua minutos después de la rueda de prensa para valorar unos resultados que no esperaban. Pasqual había ganado las elecciones en votos, pero no en escaños y el sucesor de Pujol, Artur Mas, también podía sumar con la Esquerra de Carod y Puigcercós. Montilla, al frente entonces del aparato del PSC, se marchó de madrugada después de lograr hablar con los dirigentes republicanos. Y volvió a casa mucho más esperanzado. Maragall fue presidente. Su genialidad política nunca fue acompañada de perseverancia, especialmente en los temas orgánicos. Justo al revés que Montilla. 

Si algo caracteriza la trayectoria personal y política de Salvador Illa es la perseverancia, en uno y otro ámbito. Ha sido alcalde, condición que debería ser obligatoria para estar en otros niveles de la política, le desalojaron con una moción de censura y volvió con mayoría absoluta. Impulsó el proyecto de la Roca Village que cambió, para bien, la historia de la población, sin ningún temor a las pancartas ni a los cartelitos, como le gusta decir. Lidió con la construcción de prisiones desde la Generalitat, que no es un asunto tampoco sencillo. Después estuvo en el grupo municipal del ayuntamiento de Barcelona cuando estaba en la oposición y bajo mínimos. Se fue de ministro de Sanidad para tener tiempo y gestionar el partido y acabó viviendo una experiencia que le ha marcado la vida: la pandemia del covid 19. Nunca perdió los nervios, ni con los centenares de muertos diarios ni con los insultos de la oposición. Ese episodio le permitió mostrar un tipo de liderazgo que le hubiera costado mucho de exhibir en circunstancias normales. Como máximo responsable del PSC ha recogido en buena parte los frutos de la resilencia de Miquel Iceta y ha devuelto al partido a lo más alto: decenas de alcaldías, incluida la de Barcelona, gobierno de España y de la Diputación, y, ahora, su gran reto es conseguir ser investido presidente de la Generalitat tras ganar claramente las elecciones prometiendo lo mismo que Pujol en 1980: "salut i feïna", el lema de San Pancracio. Con otros mimbres, alguien podría dudar de que lo consiga. Con los suyos es difícil. En buena parte porque cuando se siente en las mesas negociadoras es el único que puede estar convencido de que en una repetición electoral aún le podría ir mejor. Eso es lo que tuvo que pensar durante meses cuando repasaba, en la intimidad de la Moncloa, el balance de fallecidos por el covid junto a Pedro Sánchez. Como le ha dicho en alguna ocasión a algún interlocutor: "después de aquello, no le tengo miedo a casi nada". Imaginamos que tampoco a negociar con una Esquerra abierta en canal.

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